“A TRAVÉS DE LAS CUMBRES DE ORIENTE. Un viaje por las montañas de Pakistán, Afganistán, Irán y Turquía»
Un año más me encuentro trabajando en uno de mis lugares favoritos: las montañas del Karakorum. Sin duda, uno de los rincones del mundo que ofrece algunos de los paisajes de montaña más bellos, impresionantes y salvajes de la Tierra y que descubrí hace treinta años desde la cumbre del Hidden Peak.
He regresado en multitud de ocasiones a esta cordillera y en los últimos veranos he tenido la oportunidad de trabajar en dos proyectos documentales diferentes relacionados con el K2, filmando con mi cámara desde la misma cumbre de la segunda montaña más alta del mundo.
En esta ocasión, el motivo principal de mi viaje es coordinar dos trekkings fotográficos sobre el glaciar Baltoro, con la agencia Taranna Trekking. Un manera muy atractiva de recorrer a pie este bello lugar, compartiendo con un grupo de personas mi pasión por la fotografía y este territorio.
Finalizada mi estancia en Paquistán, decido cambiar la manera de regresar a casa. Renuncio a la comodidad y rapidez del avión y lo sustituyo por el transporte terrestre, empleando principalmente medios locales. Siempre me han gustado los transportes públicos, siendo consumidor habitual de este medio. Me parece una manera muy social y sostenible de viajar. De hecho conseguí mi carné de conducir hace apenas cinco años. Previamente, lo más parecido a un vehículo que podía manejar eran las riendas de mi caballo: Altivo.
Los parajes que se extienden a lo largo de las montañas de Oriente, desde las cordilleras del Karakorum e Hindu Kush, entre Pakistán y Afganistán, hacia los territorios de la antigua Persia y Asia Menor, siempre me han producido gran interés y devoción. Durante las siguientes semanas mis pasos me llevarían a recorrer bellos lugares, rincones remotos y muy poco conocidos, compartiendo mi viaje con sus pobladores, empapándome del paisaje natural y humano de cada lugar que visito
Entre los dos trekkings sobre el glaciar Baltoro, programados durante los meses de julio y agosto, tengo la oportunidad de disfrutar de un periodo de tiempo libre. Decido emplear estos días en viajar al norte de Pakistán, hacia las montañas del Hindu Kush, con la intención de buscar destinos inéditos.
«A SHORT WALK IN THE HINDU KUSH”
Así reza el título de la estupenda novela de Eric Newby que describe, con especial humor británico, las singladuras del autor por las montañas del Panjshir afgano en 1956.
Desde Rawalpindi viajo a Chitral empleando el «Hindu Kush Express». Tras este sugerente y novelesco nombre no se esconde más que un sencillo autobús de línea que cubre el largo recorrido entre estas dos ciudades empleando para ello un trayecto «non stop» durante toda la noche.
Mi plan original era perderme en soledad por estas montañas, con ánimo de descubrir nuevos horizontes. A mi llegada a Chitral quedo con mi amigo Farooq. Tras contarle mis planes advierto en sus ojos un brillo que delata sus intenciones. Al acabar mi discurso me advierte, sin darme ninguna opción, que vendrá conmigo. Al viaje también se apunta Aqeel, amigo inseparable de Farooq y conductor de un incombustible todo terreno que nos permitirá llegar hasta nuestro objetivo, en el corazón del Hindu Kush.
También decidimos contratar los servicios de dos porteadores que nos ayudarán a llevar víveres y material desde la última aldea, accesible con transporte mecánico. Estas dos personas, pastores que conocen bien el lugar, nos servirán de guías a través de los pastos de altura.
Un oficial, que ha advertido mi presencia en la zona, desde el último control de carretera, se pone en contacto conmigo. Argumentando motivos de seguridad y de una manera totalmente inesperada, la policía nos impone un sexto componente a nuestro grupo, cada vez más numeroso. El agente del orden no me da mucha opción. Si no admito llevar escolta personal se verá obligado a invitarme a abandonar la región o, por lo contrario, hablar con la embajada para que anulen mi visado. A partir de ese momento mis pasos por la montaña irán acompasados por un agente de seguridad portando en su mochila un «Kalashnikov» (fusil de asalto de origen soviético, también conocido como AK47), como un auténtico guardaespaldas. Finalmente esta persona resultará ser un joven muy agradable, que disfruta de escaparse unos días con nosotros a la naturaleza.
Por fin, los seis comenzamos a caminar hacia las montañas. Tras una larga jornada llegamos a orillas de un bonito lago, donde decidimos instalar nuestro campo base. Este lugar nos serviría como punto de partida para explorar los alrededores.
Oteando el horizonte de montañas que nos rodean me fijo en un abrupto collado, defendido por un profundo torrente. Ningún camino se dirige hacia él, apareciendo como intransitable. En mi imaginación aparece como una posible puerta de entrada que conduzca a un remoto rincón desconocido. Consulto con los pastores que nos acompañan y su respuesta es contundente. Según su conocimiento de la zona, ese posible paso no lleva a ninguna parte y a nadie, con un poco de cabeza, se le ha ocurrido antes ir por ahí. Sin duda esas palabras, cargadas de sensatez, resultan decisivas para invitarme a intentarlo.
Después de aguantar estoicamente una larga jornada de lluvia y tormenta refugiados en una pequeña tienda de campaña, el tiempo nos da una oportunidad para intentarlo. A la mañana siguiente, de madrugada y todavía entre nubes, Farroq y yo no echamos nuestras mochilas a la espalda con rumbo incierto. El resto aguarda en el campamento.
Tras varias horas lidiando con torrentes, pedreras interminables, grandes bloques en equilibrio y eternas morrenas, llegamos a un punto elevado desde el que alcanzamos a ver un paisaje deslumbrante, un auténtico regalo ante nuestra perseverancia. Frente a nuestros ojos se abre un extenso y bello sistema de glaciares rodeado de abruptas montañas. Todo el conjunto aparece prístino e inmaculado, sin huella de visitas previas ni nombres sobre los mapas. Desde la cota donde nos encontramos descendemos hacia el glaciar, recorriendo exhaustivamente sus rincones y ascendiendo algunas elevaciones, con el fin de explorar al máximo este lugar y llevarnos una idea, lo más clara posible, del lugar donde nos encontramos.
Cuando regresamos al campamento me apresuro a enseñar las fotos que he realizado a Habib y Asghar, nuestros porteadores. Su cara de asombro delatan lo sorprendidos que se encuentran tras descubrir lo que hay más allá de ese discreto collado.
Al día siguiente retomamos el camino de descenso al valle, acompañados de una grata sensación de felicidad. Ahora debo regresar a Chitral y montar de nuevo a lomos del mítico «Hindu Kush Express», que me llevará a Islamabad, donde en poco días recibiré un nuevo grupo de España con destino Baltoro.
PEREGRINANDO DE ORIENTE A OCCIDENTE
A finales de agosto, tras terminar mi segundo trekking fotográfico comienzo definitivamente mi particular peregrinación de Oriente a Occidente, que me llevará desde los pies del K2 hasta Estambul, a las puertas de Europa.
Tras regresar por carretera desde Skardu, en la región de Baltistán, a Islamabad a través de la Karakorum Highway, acompaño a los componentes del grupo de trekking al aeropuerto. De nuevo me encuentro solo, dispuesto a emprender mi particular retorno a casa.
Viajo hasta la ciudad de Peshawar, en la frontera del noroeste paquistaní, con el objetivo de cruzar el paso de Torkham, hacia tierras afganas. Conmigo llevo una mochila incluyendo el material técnico suficiente para poder realizar una actividad de montaña donde prime la ligereza, una pequeña tienda de campaña y un austero saco de dormir. En mi equipaje también incluyo un par de trajes locales (salwar kameez) confeccionados en Paquistán. Estas prendas me servirán como atuendo durante mi estancia en Afganistán, con el objetivo de pasar lo más desapercibido posible.
Atravesar una frontera terrestre siempre es emocionante. En esta ocasión mi camino me lleva al mítico Khyber Pass, un paso histórico que ha sido transitado, desde hace siglos, por caravanas, peregrinos e imperios, donde todavía se advierten las huellas de la derrota de alguna de estas potencias mundiales frente a las irreductibles e ingobernables tribus que lo habitan.
La zona tribal que se encuentra entre la ciudad de Peshawar y la frontera afgana, permanece cerrada a extranjeros durante estos días debido a disturbios y protestas locales. Esta región siempre es un lugar muy delicado que se escapa del control gubernamental. Gracias a mi indumentaria y oculto en el interior de un transporte local cruzo, camuflado, sin levantar sospechas.
Una vez en Torkham, el paso fronterizo, camino a través de un largo pasillo formado por un entramado caótico de vallas y alambradas. La salida del control paquistaní es cordial, de hecho me resulta difícil eludir la invitación del oficial para entrar en la garita y compartir su almuerzo. Al otro lado de la barrera me espera un afgano uniformado con atuendos poco uniformes, portando sobre el hombro un gran fusil de asalto. Su rostro enjuto y curtido se encuentra poblado por una larga cabellera. Bajo su oscura y generosa barba, vislumbro una cálida sonrisa:
– «Bienvenido a Afganistán.»
A TRAVÉS DE LAS MONTAÑAS DE NURISTÁN
(Hindu-Kush / Afganistán)
La región de Nuristán, situada al noreste de Afganistán encierra uno de los lugares más particulares y bellos de todo el país. Montañas muy abruptas, recortadas por agujas y paredes de roca que se levantan entre frondosos bosques, ríos de aguas cristalinas y prados de altura.
Desde que estuve por primera vez en Afganistán, hace más de veinte años, deseaba regresar para poder explorar con mis propios ojos los rincones de esta remota región, muy poco conocida y visitada. Nuristán, traducido literalmente del persa como: “la tierra de la luz”, es una región muy remota de Afganistán, con un origen singular y muy ancestral. Conocido antiguamente como Kafiristán, (la tierra de los infieles) está habitado por un pueblo con raíces principalmente arias. Hasta hace poco más de un siglo procesaban una religión animista y chamánica, emparentada con los grupos Kalash que todavía perviven en la vertiente paquistaní. A finales del siglo IXX fueron forzados a convertirse al Islam, a golpe de espada, por el emir Abdur Rahman Khan.
Su lengua original se conserva y habla hoy en día. Es totalmente diferente al pastún y dari, idiomas oficiales afganos. Debido en gran parte a la abrupta orografía de sus valles, los diversos grupos tribales que habitan la región han vivido aislados del resto, desarrollando diferentes dialectos, dentro del propio idioma nuristaní. Rudyard Kipling hablaba sobre las misteriosas tierras del Nuristán en su novela : “El hombre que pudo reinar”, escrita en 1890 y llevada al cine por John Huston en 1975.
Nada más cruzar el paso de Torkham me dirijo, en un coche compartido, hacia Kabul. Es imprescindible pasar primero por la capital del país, para obtener los permisos necesarios de viaje a las diferentes provincias afganas que se pretenden visitar.
Desde la capital del país, otra vez hacia el este, y cambiando tres veces de transporte, consigo cubrir en una jornada interminable el recorrido: Kabul/Jalalabad/Parun. Las últimas siete horas por una terrible pista de tierra. Una vez en Nuristán, y tras obtener otro permiso local, trazo un plan para realizar una travesía por la cordillera, buscando cumbres remotas y desconocidas.
Mi idea original, de nuevo, era internarme en las montañas en solitario, para disfrutar de la libertad que otorga tomar decisiones sin tener en cuenta la opinión de otras personas; pero los anfitriones que me acogen en la última aldea que visito me obligan a cambiar de estrategia. La hospitalidad afgana es una de las mayores riquezas de este pueblo; pero también hay que tener muy presentes, en todo momento, los estrictos códigos de conducta y normas sociales dentro de las comunidades locales.
Al patriarca de la casa donde me encuentro acogido le preocupa mucho la idea de mi viaje en solitario, sintiéndose responsable de mi seguridad. Insiste con mucha vehemencia en la necesidad de ir acompañado de una persona local, que conozca el terreno, a sus habitantes y que, además, vaya armada, por supuesto, con el correspondiente Kalashnikov. Entiendo perfectamente la propuesta del anciano y la acepto sin ofrecer resistencia .
La única vía de comunicación hacia el territorio de las cumbres son los pastos de altura, ocupados por el ganado durante la época estival. Recorrer a pie las bellas y remotas montañas de Nuristán, en el Hindu Kush afgano, resulta una experiencia extraordinaria. Además de permitirme descubrir un paisaje natural maravilloso, disfruto de unas jornadas muy intensas en compañía de las únicas personas que se adentran y conocen este inhóspito territorio: los pastores afganos. Sin su conocimiento, protección y eterna hospitalidad, mi viaje por estas montañas hubiera resultado mucho más complicado. Compartir con ellos techo, plato y oración en sus chozas de piedra, a casi cuatro mil metros, entre riscos y agujas de roca, supone una experiencia inolvidable.
Tras la travesía realizada por las montañas de Nuristán regreso a Kabul para continuar mi viaje hacia Herat, cerca de la frontera con Irán.
Herat es una de las poblaciones afganas más históricas e importantes del país. Situada al oeste, su influencia persa se hace latente. Fundada durante el imperio aqueménida (550-330 a. C.) se la conoció como Aria, formando parte de la región persa de Khorasán. Posteriormente a finales del 330 a. C fue conquistada por Alejandro Magno, quien reconstruyó la ciudad y levantó la Ciudadela.
Desde Kabul a Herat, pasando por Kandahar, me separan más de veinticuatro horas de autobús. Estos intensos trayectos me permiten ser testigo de la transformación del paisaje, compartiendo mi periplo con otros viajeros locales que me acercan mucho más a la realidad del país.
Una vez en Herat recorro sus calles, caminando sin prisa, observando cada rincón y charlando con la gente. Intento llevarme la esencia del lugar más que cumplir con un exhaustivo circuito turístico. A pesar de los interesantes legados históricos, como la Ciudadela, la vida real está en la calle.
Desde aquí, en los próximos días, cruzaré la frontera hacia Mashad (Irán), un país cargado de sentimientos personales.
TESOROS DE PERSIA
Mi viaje continúa abandonando Afganistán hacia Irán, un país que ocupa un lugar muy importante dentro de mi corazón, formando parte de mi vida. Vuelvo una vez más a las tierras de la antigua Persia, como quien regresa al hogar.
Desde Mashad, cerca de la frontera afgana, hasta Teherán, recorro y asciendo las áridas montañas de Khorasán, tierra de poetas y hombres sabios. Viajo hacia los verdes y frondosos paisajes de Mazandarán, a orillas del mar Caspio. Trepo a las cumbres de los montes Alborz.
Irán es un país de contrastes y grandes tesoros, una excepcional cultura milenaria, cuna de la civilización, un bello y heterogéneo paisaje natural, una de las más exquisitas y sofisticadas gastronomías del mundo… Pero, sobre todas esas riquezas destaca, sin duda, la humana.
En la lengua persa siempre me ha llamado la atención la similitud, al menos fonética, entre las palabras: naturaleza, “tabiat” (طبیعت) y educación, “tarbiat” (تربیت), algo que me lleva a confundirlas frecuentemente. Sin duda ambos términos van de la mano y, posiblemente, la sabiduría del persa así lo entiende.
Durante mi viaje, a través de los paisajes de Irán, comparto mi camino con personas queridas, buenos amigos y, por supuesto, montañas…. siempre montañas.
MONTAÑAS KAÇKAR (Turquía)
Desde las montañas de Irán continúo mi viaje hacia Turquía, ahora junto a mi compañera: Parvaneh Kazemi.
Salimos desde Teherán en un autobús que, tras veintiséis largas horas, nos conduce hasta la localidad turca de Erzurum. El cruce de la frontera entre Irán y Turquía resulta especialmente accidentado. Nuestro autobús es retenido y todos los pasajeros de este vehículo, y de alguno más, tenemos que esperar durante más de siete horas a la intemperie, en medio de una fría noche, sin un lugar donde sentarnos o protegernos mínimamente, ante la impasibilidad de las autoridades turcas. Gran parte del pasaje esta formado por personas de avanzada edad que sufren momentos especialmente duros y difíciles, todos de nacionalidad iraní.
Afortunadamente los malos tragos pasan rápido y nuestro camino nos lleva de nuevo a las montañas. En esta ocasión visitamos las montañas Kaçkar, una bella cordillera situada en el noreste turco. Una zona muy interesante que ya hemos visitado previamente.
Las montañas Kaçkar se levantan en la península de Anatolia, en las proximidades del mar Negro, en el noreste turco. Representan, prácticamente, una extensión de la cordillera del Cáucaso. Sus valles y cumbres ofrecen una gran diversidad natural, cultural y etnográfica.
Disfrutamos de unos días maravillosos caminando por estos bucólicos valles y montañas, visitando antiguos amigos y ascendiendo a la cumbre más elevada del macizo: el Kaçkar Dağı.
Con esta bonita cima completo un viaje que nunca olvidaré, a través de las montañas del Karakorum, Hindu Kush, Khorasán, Alborz y por último los montes Pónticos de Anatolia. Atravesando los territorios de: Pakistán, Afganistán, Irán y Turquía.
Desde aquí, nuestros pasos nos llevarán hasta Estambul, a las puertas de Europa, concluyendo esta bella peregrinación por las cordilleras de Oriente.
ESTRECHO DEL BÓSFORO (Estambul – Turquía)
Mi travesía por Oriente llega a su fin. Un viaje de más de ocho mil kilómetros, realizado principalmente en transporte público. Comenzando a los pies del K2, sobre el glaciar Baltoro y terminando en el estrecho del Bósforo, en Estambul. Mi vida, como la de este canal, transcurre entre estas dos orillas, entre estos dos mundos: Oriente y Occidente, sin saber muy bien a cuál de los dos pertenezco y en cuál de los dos deseo permanecer más tiempo.
Ahora debo ir hacia el oeste pero, sin duda, aquí no acaba mi periplo. El mejor viaje, como la mejor fotografía, es la que está por llegar, la que todavía no hemos realizado y que aguarda para sorprendernos un poco más.
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